
El musicopista



El musicopista


Actualizado: 20 jul 2021
Durante décadas la humanidad ha estado buscando un lenguaje de comunicación que traspasase fronteras y que sirviera como nexo de unión a las distintas nacionalidades que pueblan nuestro querido planeta Tierra. Tal era el empeño, que se llegó a crear un nuevo idioma artificial, el esperanto, con la sana intención de que se convirtiese en el lenguaje internacional común. En las distintas épocas de la historia, las naciones dominantes en cada momento han impuesto su lengua como vehículo de intercambio y de comercio, empezando por el latín en el Imperio Romano. En la actualidad, el idioma inglés es el más extendido, aunque el chino no le va muy a la zaga en número de hablantes, liderando las cifras en cuanto a lengua materna. El español, no obstante, supera al inglés en número de hablantes como primera lengua.
En esta Torre de Babel pocos han caído en la cuenta de que ese lenguaje universal ha existido desde tiempo inmemorial y está entre nosotros cada día. Es el lenguaje de la MÚSICA. Esos garabatos armoniosamente ordenados sobre un papel pautado no entienden de idiomas, de naciones o de banderas. Su significado es el mismo en cualquier rincón del planeta, es nuestra patria común y nos une a todos sin distinción de razas, credos o ideologías. Ejemplos como la West-Eastern Divan Orchestra, proyecto judeo-palestino promovido por Daniel Baremboim y el filósofo Edward Said, dan buena fe de ello.
Pero el lenguaje de la música va todavía más lejos, nos enriquece en el intercambio y abre nuestra mente a experiencias más allá de nuestro ámbito territorial. La Ópera es patrimonio de toda la humanidad, pero también el Rock&Roll. El flamenco ha conquistado Asia y a culturas milenarias como la japonesa. La zarzuela se está abriendo paso en los Estados Unidos, donde se ha convertido en un género cada vez más popular. Incluso la música vocal, aunque carezcamos del conocimiento del idioma en el que se interpreta, es capaz de transmitirnos las mismas emociones, pues el espíritu del mensaje está en la música. Cómo no emocionarnos cuando oímos un Stabat Mater Dolorosa, un Ave María o un Requiem. Cómo no experimentar la amargura de Canio en Ridi, pagliaccio o la ira de la Reina de la Noche en Der holle rache de La Flauta Mágica.
El proceso que va desde el manuscrito o la partitura encontrados en un archivo, su cuidada transcripción y preparación y finalmente su interpretación en una sala de ensayos o de conciertos es una experiencia maravillosa, sobre todo cuando sabes que la música que tienes en tus manos no ha sido escuchada o interpretada durante décadas o, a veces, siglos. Pero sobre todas las cosas, de lo que hablamos es de un acto de comunicación, de oir las voces de compositores de otras épocas, lugares y culturas que nos llegan claras y nítidas a través de la pericia y el arte de los músicos. La hipótesis planteada en la película de Steven Spielberg Encuentros en la Tercera Fase que elige precisamente la MÚSICA como el vehículo de comunicación con una supuesta inteligencia extraterrestre tiene perfecto sentido y refuerza la idea de que la música es, sin duda, el lenguaje universal.
Si, como yo, viviste los años 80 del siglo XX, seguro que recuerdas la gran batalla entre los dos grandes gigantes de las cintas de vídeo...





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