
El musicopista



El musicopista


Si, como yo, viviste los años 80 del siglo XX, seguro que recuerdas la gran batalla entre los dos grandes gigantes de las cintas de vídeo analógicas, VHS y Beta. Como tantas veces, el formato que se impuso no fue precisamente el de más calidad, sino el más popular, seguramente por su precio más económico. Desde entonces, y en todos los campos relacionados con la tecnología, hemos tenido sus más y sus menos entre las distintas marcas y sus formatos. Todavía recordamos el Laserdisc, aquellos discos enormes tamaño vinilo pero con un diseño entonces revolucionario y un formato a medio camino entre lo analógico y lo digital. Con el tiempo se impuso el Compact Disc (CD) para la música y más tarde el Digital Versatile Disk (DVD) para el vídeo o más recientemente el Blue Ray. Curiosamente, todos ellos van asumiendo cada vez un rol más residual como formatos para coleccionistas, devorados por el famoso streaming. Yo mismo reconozco que muchas veces prefiero usar Spotify para escuchar mis propios discos en lugar de tener que ir a una de mis estanterías, buscar el disco entre la multitud, encender la cadena musical, introducirlo en el reproductor y darle al Play. En los albores de la edición digital de partituras, los programas más populares a principios de los 90 eran Finale, Encore y un poco después Sibelius. Con el tiempo, el primero y el último de ellos se fueron consolidando, quedando el segundo en un escalón inferior, pero una vez más nos enfrentábamos a unos formatos incompatibles muy difíciles de compartir. Como suele suceder, esto llevó a la creación de tribus, cada una de las cuales se consideraba por encima de las otras, o consideraba que su opción era la mejor sin discusión. La única forma de compartir música entre estas aplicaciones era a través del formato MIDI, que nos permitía recuperar la estructura básica de las piezas, pero perdiendo todas las sutilezas que con gran dedicación y esfuerzo habíamos añadido a nuestras partituras. Afortunadamente, con el tiempo eso cambió y el formato de intercambio XML es ahora común a todos los programas –aunque se siguen perdiendo muchos matices por el camino–. En 2011, y coincidiendo con el auge del software libre, aparece Musescore, que se mantiene como una opción gratuita y popular, aunque sigue teniendo sus limitaciones para la edición profesional. Si a todo esto añadimos la proliferación de bases de datos de música impresa de dominio público, en especial IMSLP o CPDL, no me parece descabellado pensar que en unos años pudiera existir una base de datos de música digital global, que pusiera al alcance de todos versiones digitales y editables de todo el patrimonio musical de dominio público que forma parte de nuestra cultura occidental. Mientras tanto y si queréis vencer para siempre en la guerra de los formatos, PDFtoMusic Pro es la respuesta a todas vuestras oraciones. ¡De nada!





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